Guerra Espiritual – Pastor David Jang

Introducción

Efesios 6:12 declara: “Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. Este pasaje constituye la base y el centro de la perspectiva cristiana sobre la guerra espiritual. El pastor David Jang, en diversas predicaciones y enseñanzas, ha enfatizado tanto el sentido de este versículo como su aplicación práctica. La Biblia expone que existe un mundo invisible en el cual operan fuerzas malignas organizadas bajo el mando del diablo, y que todos los creyentes deben enfrentarlas. El apóstol Pablo subraya que el problema no se limita al plano humano ni a las disputas visibles, de modo que resulta esencial identificar con claridad la verdadera identidad de ese “enemigo invisible” y la forma en que influye en nuestras vidas. Sin una conciencia definida de esta realidad espiritual, quedamos incapaces de abordar la raíz de los conflictos y nos detenemos en un enfrentamiento puramente humano. Por ello, es indispensable una comprensión precisa de quiénes son estos principados y potestades, los gobernadores de las tinieblas de este siglo y las huestes espirituales de maldad en los lugares celestiales. Además, es crucial discernir cómo podemos, amparados en la autoridad de Jesucristo, que ya nos garantiza la victoria, vestirnos de la armadura de Dios y obtener un triunfo real en esta guerra.

La Epístola a los Efesios describe con detalle la identidad y misión de la Iglesia, así como define, tanto en el plano doctrinal como en el práctico, por qué los creyentes han de permanecer firmes en este conflicto. Tal y como señala el pastor David Jang, si la Iglesia carece de una comprensión bíblica de la guerra espiritual, corre el riesgo de perder de vista la razón de su presencia en la tierra y fácilmente sucumbirá a las artimañas del mundo y del diablo. Este escrito, tomando como referencia la enseñanza del pastor David Jang, se centra en Efesios 6:12 para abordar dos temas de gran importancia. Primero, se estudiará la correcta comprensión de la guerra espiritual y de los principados y potestades. Segundo, se examinará en profundidad cómo alcanzar la victoria espiritual por medio del evangelio de paz y de la armadura de Dios. A través de estos dos ejes, se expondrá por qué la Iglesia y cada creyente no pueden evadir este conflicto y de qué manera podemos aplicar la victoria ya lograda por Cristo a nuestra experiencia diaria.

Primera Parte. Comprensión correcta de la guerra espiritual y de los principados y potestades

En Efesios 6:12, Pablo señala con absoluta claridad que las dificultades y enfrentamientos que viven los seres humanos trascienden el ámbito meramente terrenal. El enemigo real no es la persona en sí, sino los poderes espirituales que actúan detrás. El pastor David Jang interpreta este pasaje como una especie de “visión espiritual” otorgada a la Iglesia, recomendando prestar especial atención a la clasificación que Pablo hace: “principados y potestades, gobernadores de las tinieblas de este siglo y huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. El hecho de que el apóstol utilice cuatro términos diferentes en un solo versículo revela el nivel de conocimiento concreto que había en su época acerca de la organización de los espíritus malignos.

Respecto a principados y potestades, la palabra griega traducida como “principados” (archē) denota tanto la idea de “origen” o “comienzo” como la de un “gobernante” o “jefe”. Esto apunta a entidades demoníacas de máxima jerarquía, entre ellas Lucifer mismo, quien aparece en Apocalipsis 12:7–9 como “el gran dragón” y “la serpiente antigua”, expulsado del cielo. Se cree que antes de su caída ocupaba un alto rango angelical, pero tras su rebelión quedó convertido en el seductor de la humanidad. Por su lado, las “potestades” (exousía) representan a aquellos que ejercen autoridad de manera práctica, subordinados a los principados, pero responsables de comandar y dirigir operaciones concretas. Si Satanás es el gran general, estas potestades funcionarían como oficiales que actúan en las esferas políticas, sociales y culturales, empujando a la gente hacia la oscuridad y el pecado.

La expresión “gobernadores de las tinieblas de este siglo” proviene del término griego kosmokrátor, que se traduce como “los que dominan o gobiernan el mundo”. El pastor David Jang explica que esto describe a una estructura invisible y oscura que se alía con sistemas de poder y líderes terrenales, ejerciendo su influencia de modo drástico. Afirma que actos históricos de masacres, crímenes de lesa humanidad y situaciones de extrema crueldad no se deben únicamente a la brutalidad humana, sino también a la intervención activa de estos poderes espirituales. Muchas guerras, limpiezas étnicas, crímenes organizados y casos de violencia demencial surgen tanto de la maldad inherente al hombre como de la manipulación que ejercen estas fuerzas malignas, las cuales exacerban el pecado y lo dirigen hacia el caos.

En cuanto a “huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”, no debe pensarse que se trata del “cielo” donde mora Dios, sino, de acuerdo con Efesios 2:2, del “ámbito donde opera el príncipe de la potestad del aire”. No es la gloria plena del reino de Dios, sino un plano intermedio en el que Satanás y sus subordinados aún actúan de manera tangible. El pastor David Jang subraya que estas huestes del mal se infiltran en ciudades y naciones, promoviendo la ignorancia y la rebeldía contra Dios. Aunque el creyente goza ya de la salvación en Cristo, sigue librándose esta lucha, puesto que el diablo y sus huestes continúan resistiendo hasta que sean definitivamente juzgados. Por eso, la Iglesia debe permanecer en alerta espiritual.

El maligno es real, tiene inteligencia y está bien organizado. Si el creyente lo pasa por alto o no permanece en guardia, puede convertirse en presa fácil. Los demonios se valen de la ignorancia como su arma predilecta. Quien no percibe sus artimañas, caerá sin remedio en el engaño y la insensibilidad espiritual. Ahora bien, tenemos la certeza de que, en Cristo, poseemos la autoridad para vencer, porque Él ostenta todo poder en el cielo y en la tierra. Puesto que Jesús ya ha triunfado, la Iglesia, que participa de esa victoria, no debe temer ni retroceder ante Satanás o sus aliados, sino encararlos con valor y liberar a las almas que estos han atado.

Entender con precisión qué representan los principados y potestades, los gobernadores de las tinieblas y las huestes espirituales de maldad impacta de manera decisiva la intercesión, la misión, la evangelización y la obra de la Iglesia en su conjunto. Si solo atendemos a los comportamientos humanos, sin discernir al “enemigo invisible” que opera detrás, nuestra batalla espiritual resultará ineficaz. En particular, si la Iglesia descuida este aspecto, terminará respondiendo de forma pasiva ante la cultura y los poderes mundanos, perdiendo su autoridad espiritual. De ahí la necesidad de que los creyentes graben esta enseñanza en su interior y formulen estrategias de guerra espiritual según las Escrituras.

¿Cómo, entonces, alcanzar la victoria en esta guerra espiritual? El pastor David Jang insiste en que “apropiarnos plenamente de la armadura de Dios descrita en Efesios 6” es la clave fundamental. Pablo no solo advierte sobre la realidad de los espíritus malignos; él mismo señala en detalle la forma de enfrentarlos. Si Efesios 6:12 revela la existencia de principados y potestades, los versículos 10–18 describen el estado de preparación militar de la Iglesia ante ellos. En el siguiente apartado, profundizaremos en la composición de la armadura de Dios y veremos cómo, por medio del evangelio de paz y la oración, podemos lograr una victoria tangible.

Segunda Parte. La victoria espiritual a través del evangelio de paz y la armadura de Dios

Efesios 6:10–18 es un pasaje emblemático que habla acerca de la “armadura de Dios”. Aquí, Pablo enumera seis aspectos fundamentales del equipamiento espiritual que el creyente ha de emplear para imponerse a las artimañas del diablo, concluyendo con un llamado a la oración. El pastor David Jang se refiere a estos elementos como “la lista indispensable de armas en la guerra espiritual” y remarca que, tanto en la actualidad como en tiempos pasados, la Iglesia en cada generación debe usarlos contra las fuerzas del mal.

El primer componente es el cinturón de la verdad. Del mismo modo que los soldados de la Antigüedad se ceñían el cinturón para sujetar la túnica, el cristiano ha de sostenerse firmemente en la verdad para no vacilar. En la Biblia, la verdad es Jesucristo mismo y Su palabra, es decir, el evangelio. Jesús dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. El ataque inicial del diablo siempre es la mentira y, si el creyente no está arraigado en la verdad, sucumbe con facilidad. El pastor David Jang enfatiza que para llevar puesto el cinturón de la verdad, la palabra y el evangelio deben ser el eje total de nuestra existencia.

El segundo componente es la coraza de justicia, que protege el pecho como un peto o armadura. La justicia a la que se refiere la Escritura no surge de nosotros, sino que proviene de la obra que Jesús cumplió en la cruz, revistiéndonos con Su propia justicia. El diablo con frecuencia dispara flechas de condenación, diciendo: “Eres culpable, no vales nada”, pero cuando sabemos que estamos revestidos de la justicia de Cristo, tales ataques no pueden atravesarnos. El pastor David Jang agrega que quien viste la coraza de justicia no solo goza de ausencia de condenación, sino que desea reflejar en su vida la santidad y la justicia de Dios. De este modo, cualquier trampa de culpabilidad o engaño del enemigo queda anulada.

La tercera parte es el calzado del evangelio de la paz, que simboliza la disposición de llevar las buenas nuevas de salvación a todo lugar. En Romanos 10:15, Pablo exalta la belleza de los pies que anuncian la paz, reconociendo a los pies como el medio de expansión del evangelio. El pastor David Jang explica que la armadura de Dios no se limita a la defensa, sino que también implica la ofensiva. Al calzarnos el evangelio de la paz, la Iglesia avanza estratégicamente para conquistar el mundo con el mensaje de salvación. Dado que se trata de la paz de Cristo, nuestra guerra no se basa en violencia terrenal, sino en el amor y la reconciliación que transforman los corazones y ofrecen verdadera libertad.

El cuarto elemento es el escudo de la fe, capaz de detener por completo los dardos incendiarios del maligno. La Biblia afirma que con el escudo de la fe pueden extinguirse todas las flechas de fuego, ya sean dudas, temores, ira o codicia que el enemigo siembre en nuestros pensamientos. El pastor David Jang recalca que este escudo no solo representa la fe individual, sino también la de la comunidad. Tal como los soldados romanos unían sus escudos para protegerse mutuamente de la lluvia de flechas enemigas, cuando la Iglesia se mantiene unida en la fe, resulta prácticamente impenetrable a los ataques de Satanás.

El quinto componente es el yelmo de la salvación, que protege la cabeza. La mente es el centro de la razón y la conciencia, y allí el diablo busca sembrar confusión. Si el creyente empieza a dudar de su salvación o se pregunta: “¿Será que de verdad soy salvo?”, toda su vida espiritual puede derrumbarse. El que porta el yelmo de la salvación, en cambio, confía firmemente en la obra perfecta de Jesús y reconoce que ahora pertenece a la familia de Dios. Con esta convicción, es capaz de resistir cualquier estrategia engañosa del enemigo.

La sexta parte de la armadura es la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios. Este es el único elemento ofensivo en la lista de la armadura. Tal como Jesús resistió las tentaciones del diablo en el desierto declarando la Escritura, con el “Escrito está”, así también el creyente puede derribar los ataques satánicos en la medida en que conozca y proclame la palabra, bajo la guía del Espíritu Santo. El pastor David Jang subraya que únicamente la Escritura revelada por el Espíritu puede penetrar en lo profundo del corazón humano y transformar el entorno. Así, cuando la Iglesia está armada con esta palabra, anuncia vida y verdad, despertando arrepentimiento y una renovación que viene de lo alto.

Tras enumerar las seis piezas de la armadura, Pablo concluye exhortando a la Iglesia a orar en todo tiempo y con toda súplica. El pastor David Jang define la oración como “el motor que infunde verdadera vitalidad en la armadura de Dios”. Sin oración, dicha armadura no pasa de ser un conocimiento teórico. Una Iglesia que cuente con la armadura pero descuide la oración se asemeja a un soldado que lleva armas, pero no sabe utilizarlas en batalla. Por medio de la oración, “traemos al aquí y ahora la autoridad divina” y obtenemos un radar espiritual que nos permite ubicar y atacar al enemigo con precisión.

La victoria espiritual mediante el evangelio de paz y la armadura de Dios comienza, en última instancia, con una renovada conciencia de la identidad cristiana. La Iglesia, como Cuerpo de Cristo, fue elevada con Él por encima de todo principado y potestad; en consecuencia, las fuerzas de las tinieblas no pueden prevalecer a la postre. La cuestión radica en si los creyentes lo creen y lo ponen en práctica, vistiéndose de la armadura y sin retroceder. El pastor David Jang afirma que “cuando la Iglesia adopta una postura ofensiva y proclama el evangelio de Cristo, las tinieblas se ven obligadas a ceder ante la luz”. Nuestra guerra no emplea armas terrenales, sino el mensaje de paz y amor de Jesús, que libera y otorga vida a la humanidad.

La guerra espiritual no supone odiar ni considerar a nadie como enemigo; antes bien, busca liberar a las personas del pecado y de la oscuridad. Quienes se calzan el evangelio de la paz superan el temor con valentía, con la convicción de que incluso aquellos que parecían enemigos pueden encontrar el camino al arrepentimiento y a la transformación. Esta es la razón por la que la Iglesia permanece en el mundo y coincide con el alto llamamiento del que habla toda la Epístola a los Efesios.

Aplicación final

La enseñanza de Efesios 6:12 no se detiene en afirmar “existe el diablo”; más bien, exhorta a que la lucha del creyente se dirija “contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas de este siglo y contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”. El pastor David Jang insiste en que es imposible resolver el problema central de la humanidad sin entender la realidad del mundo espiritual. Puesto que tras todo conflicto subyacen el pecado, la desobediencia y la injerencia de fuerzas malignas, el creyente debe orar y aferrarse a la palabra para enfrentar de forma consciente a ese enemigo invisible.

Dado que Cristo ha proclamado Su victoria, no tenemos que temer ni adoptar posturas de derrota. Al contrario, cuando la Iglesia —cuerpo de Cristo— se reviste de la armadura divina, la influencia de los poderes oscuros que dominan en distintos ambientes se debilita y se derrumba. Así como la luz disipa la oscuridad, vestirnos de la verdad, la justicia, el evangelio de la paz, la fe, la salvación y la palabra hace que todo ataque de las tinieblas quede neutralizado.

Además, la Iglesia debe mantenerse unida en este proceso, orando unos por otros sin cesar. Efesios 6:18 aconseja: “Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu… y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”. La armadura de Dios no es solo responsabilidad de cada individuo, sino de toda la congregación. Como ocurre con un ejército que se equipa al completo, la efectividad es máxima cuando todos luchan de manera conjunta. Una Iglesia fundamentada en la palabra y la oración, que coopera y se fortalece mutuamente, no se dejará vencer, aun frente a grandes conflictos espirituales.

La guerra espiritual abarca todos los ámbitos de la existencia. De forma concreta, se manifiesta en la adoración, la predicación, la acción social, el servicio y la participación en la vida pública. Los creyentes deben alzar diariamente el escudo de la fe, calzarse el evangelio de la paz, proteger su mente con el yelmo de la salvación y blandir la espada del Espíritu, la palabra de Dios. Cuando repudiamos las mentiras satánicas, compartimos el amor de Jesús y establecemos la justicia divina en medio de la injusticia, estamos librando la verdadera batalla espiritual.

El pastor David Jang da testimonio de que, al aplicar estos principios en los distintos ministerios, puede parecer que el avance es lento, pero el progreso es firme y se constata con el tiempo. Cuando la Iglesia asimila y pone en práctica el auténtico sentido de la guerra espiritual, equipada con el evangelio y la oración, se restauran familias, las personas se libran de adicciones y las comunidades se convierten a Cristo. Incluso los conflictos y las tensiones dentro de la propia congregación se disuelven en cuanto recordamos que “nuestra lucha no es contra carne y sangre” y negamos cualquier espacio para que el diablo se cuele.

Por tanto, debemos tomar sin reservas todo lo que Efesios 6:12 y 6:10–18 enseñan. Al meditar regularmente en la realidad de la guerra espiritual y la armadura de Dios, la Iglesia se fortalece y la oscuridad retrocede. Allí donde la Iglesia permanece vigilante, las fuerzas del mal no pueden operar libremente. Dado que Cristo ya selló la victoria, nos corresponde a nosotros “aplicarla por fe” en la historia y la cotidianidad.

Así pues, vivir la guerra espiritual revestidos con la armadura de Dios no significa asumir una actitud pasiva o temerosa. Más bien, con el evangelio de la paz por calzado, avanzamos a los rincones más oscuros del mundo, protegemos a la comunidad con el escudo de la fe y anunciamos la palabra de Dios para destruir fortificaciones del maligno. Un creyente armado con esta paz no conoce la derrota. Si nos apropiamos de la autoridad que Jesucristo nos otorgó y confiamos en que Su victoria es definitiva, veremos la realidad de ese triunfo en la práctica.

Ejemplo de oración final

Dios de amor y Padre celestial, te agradecemos por la revelación de Efesios 6:12, que nos muestra que nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas de este siglo y contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Gracias porque nos permites comprender la dimensión espiritual y no temer frente a la organización del maligno, pues Cristo ya ha vencido. Guíanos para vestirnos de tu armadura: la verdad, la justicia, el evangelio de la paz, la fe, la salvación y tu palabra, y danos la fuerza de la oración para mantenernos alertas en todo momento. Haz que como Iglesia oremos unos por otros y veamos cómo se quiebran las obras de las tinieblas ante nuestros ojos. Permítenos calzarnos el evangelio de la paz y libertar a quienes están cautivos bajo la influencia del enemigo. Al recordar la gran vocación y el esplendor de la Iglesia que describe Efesios, ayúdanos a librar la buena batalla de la fe hasta el regreso de Cristo. En Su nombre oramos. Amén.

Resumen y exhortación

La guerra espiritual implica un enfrentamiento no contra carne y sangre, sino contra principados, potestades, gobernadores de las tinieblas y huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Mediante Su muerte y resurrección, Jesucristo anuló el poder de Satanás y sus huestes. La Iglesia, por tanto, tiene el privilegio de encarnar y disfrutar esta victoria. Nuestro deber consiste en creer y apropiarnos de esta realidad, vistiéndonos de la armadura de Dios y orando con perseverancia, para liberar a los cautivos y disipar las tinieblas con la luz del evangelio. Cada pieza de la armadura —el cinturón de la verdad, la coraza de justicia, el calzado del evangelio de la paz, el escudo de la fe, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu—, junto con toda clase de oraciones y súplicas, aseguran el triunfo de la Iglesia. El pastor David Jang insiste en que esta es la misión esencial de la Iglesia y la llave para la victoria del creyente, afirmando que en muchos lugares ha visto cómo, al vivir esta palabra, las tinieblas retroceden. De ahí que debamos emplear con confianza la autoridad que Cristo nos delegó, proclamando el evangelio de paz en todo rincón. Si la Iglesia se abstiene de combatir, la oscuridad se fortalece; pero al pelear con unidad, la luz divina brilla con mayor intensidad.

Anhelamos que todos hagamos nuestra esta enseñanza y que, incluso en lo cotidiano, vivamos como soldados espirituales equipados con la armadura de Dios. Dado que esta contienda inició en el nombre de Jesús y Él ya la ganó, avanzamos en el poder de Su resurrección. Cuando la Iglesia asume este llamamiento, el reino de Dios desciende sobre familias, vidas, comunidades y naciones, haciendo que la luz de Cristo resplandezca con renovada fuerza. ¡Proseguimos, pues, con la armadura de Dios y la victoria de Jesucristo, convencidos de que la oscuridad no prevalecerá!

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