Meditación sobre la cruz en Cuaresma – Pastor David Jang

El pastor David Jang a través del mensaje del capítulo 13 del Evangelio de Juan, ha insistido en numerosas ocasiones en la importancia de reflexionar profundamente acerca del sufrimiento y el amor de Jesucristo, así como acerca del servicio que Él brindó a Sus discípulos. En particular, durante el período de la Cuaresma, subraya la necesidad de acercarse más al sufrimiento de Cristo y de comprender por qué ese sufrimiento es en realidad amor. El versículo 1 de Juan 13—“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que le había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”—muestra el punto de partida de la manera en que Jesús, antes de concluir Su ministerio terrenal, demostró un “amor hasta el fin” a Sus discípulos. El pastor David Jang enseña que la actitud y la práctica de amor que Jesús mostró en este pasaje es el núcleo mismo del discipulado que se nos demanda también a nosotros, y que si seguimos Sus pasos podremos entender naturalmente por qué Jesús amó hasta el fin y qué contiene ese amor. Porque el amor implica sufrimiento, y ese sufrimiento conduce directamente a la cruz. Que Jesús amara a Sus discípulos hasta el fin significa que se humilló a Sí mismo y asumió la posición de siervo hasta el punto de llegar a la cruz por ellos. Y a través de este amor se proclama la verdad de que “el amor no es en modo alguno una maldición, sino una bendición y un camino que conduce a la vida”. Tal como dijo el apóstol Pablo: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” (1 Co 13:13). El amor, en definitiva, es la clave que todo lo completa y es lo que nos conduce a la vida eterna.

El pastor David Jang señala que, si observamos los capítulos 13 al 19 del Evangelio de Juan, podemos ver con detalle cuál fue la actitud y el sentir de Jesús antes de tomar el camino de la cruz, cómo instruyó y cuidó a Sus discípulos, y qué determinación tomó para obedecer finalmente. A partir de Juan 13, el sufrimiento de Jesús comienza en forma plena, pero ese inicio está siempre marcado por el amor. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” es la declaración que responde claramente a la pregunta de por qué Jesús no esquivó el sufrimiento. Fue por amor, un amor que decide llegar hasta el final, que Él mismo escogió el sufrimiento, y a través de ello nos mostró que era un paso absolutamente necesario para nuestra salvación. El pastor David Jang recalca que este hecho es muy importante en nuestra vida de fe. A veces consideramos el sufrimiento solo como una maldición o un castigo y pensamos que es una “disciplina” que Dios nos envía. Sin embargo, en el sufrimiento está presente la profunda soberanía y el amor de Dios, que al final nos lleva a ser más maduros y más santos.

La Biblia menciona muchas veces las ventajas del sufrimiento y la necesidad de participar en él. Por ejemplo, en el Salmo 119 leemos: “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba, mas ahora guardo tu palabra” y “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos”, reconociendo que el sufrimiento conduce al crecimiento espiritual. También en Romanos 5:3–11, la confesión de Pablo—expresada con las palabras “a fin de conocerle, y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos” (pasaje que a menudo se relaciona con Filipenses 3:10–11)—revela su deseo de conocer más profundamente a Cristo a través del sufrimiento. Colosenses 1:24 (“Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia”), 2 Timoteo 1:8 (“participa de las aflicciones por el evangelio”), 2 Timoteo 2:3 (“tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo”), así como 1 Pedro 2:20–21 y 4:13, insisten en la participación en los sufrimientos de Cristo. Todas estas enseñanzas señalan una importante verdad espiritual: el sufrimiento no es algo que debamos evitar, sino algo que debemos recibir con gozo y, en ese proceso, aprender y seguir el camino de Cristo.

Basándose en esta enseñanza bíblica, el pastor David Jang explica que el episodio de Juan 13, donde Jesús lava los pies de Sus discípulos, es un ejemplo representativo de “sufrimiento contenido en el amor”. Aunque a menudo hablamos de amor, el amor jamás se consuma con meras palabras. Amar significa entregarse por el otro, asumir con alegría el servicio que el otro merece recibir de mí. En la escena de la Última Cena con Sus discípulos, Jesús se levantó, se quitó el manto, se ciñó la toalla y con agua en una vasija lavó los pies de Sus discípulos. Era la misma costumbre de aquellos tiempos en la que un siervo lavaba los pies de su amo y de sus invitados, símbolo de un “servicio desde la posición más humilde”. Sin embargo, antes de ese momento, los discípulos habían estado discutiendo entre sí sobre “quién de ellos sería el mayor”. Incluso algunos pidieron sentarse a la derecha y a la izquierda del Señor en Su reino. Esa petición expresaba el deseo de ser exaltados por encima de los demás. El pastor David Jang comenta: “Dado que los discípulos deseaban enaltecerse usando los valores del mundo, Jesús, a la inversa, asumió la posición más humilde para enseñarles con Su ejemplo la verdadera ley del reino de Dios”.

La ley del reino de Dios que Jesús enseñó se opone radicalmente a la lógica del mundo. El mundo valora “la posición más alta, el poder más grande, el mayor reconocimiento”, mientras que Jesús nos enseña a buscar “la posición más baja, el menor poder, la forma más humilde de servicio”. En Mateo 20:26–27, Jesús proclama un nuevo orden: “Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo”. El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y ese servicio llegó hasta dar Su vida en rescate por muchos. El pastor David Jang subraya que este camino de servicio del que habló Jesús no es sencillo, pues implica la muerte del yo y va acompañado de sufrimiento. Sin embargo, cuando como discípulos de Cristo seguimos ese camino, es entonces cuando experimentamos la verdadera vida, el verdadero gozo y el poder de la resurrección. Aunque la lógica del mundo no puede entenderlo, en el reino de Dios se cumple esta paradoja: el que desciende es realmente el que asciende.

Si examinamos todo el capítulo 13 de Juan, vemos que Jesús ya sabía lo que Le esperaba con la cruz. El pastor David Jang explica que la frase “sabiendo Jesús que le había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre” (Jn 13:1) indica claramente que Él era consciente de que estaba a punto de enfrentarse a un sufrimiento y a una muerte atroz. Pero incluso ante esa situación, Jesús amó a los Suyos hasta el fin. En la palabra “hasta el fin” está incluido el sentido de “completamente, absolutamente, eternamente”. No se trata de una emoción momentánea ni de un cuidado pasajero, sino de un amor que se expresa de forma inquebrantable hasta entregar todo en la cruz. El pastor David Jang insiste en que este hecho es el corazón mismo de la vida cristiana. Cuando llega el sufrimiento, habitualmente nos encerramos en nosotros mismos, en nuestras propias preocupaciones, sin tener espacio para atender a los demás. Pero Jesús, aun viendo ante Sí el tormento de la cruz, reunió a Sus discípulos, instituyó la Última Cena, los instruyó, los consoló y los sirvió. Esto es el verdadero amor y es lo que estamos llamados a imitar.

El clímax de este amor se manifiesta cuando lava los pies de Sus discípulos. En aquel tiempo, la mayoría de los caminos de Palestina no estaban pavimentados y el calzado más común era algo parecido a sandalias, si no se andaba directamente descalzo. Por ello, los pies se ensuciaban con el polvo del camino y era habitual lavarlos al entrar a casa. Cuando un invitado llegaba para la cena, el siervo le lavaba los pies como signo de bienvenida. Pero en aquella Última Cena, una ocasión tan sagrada e importante—la última comida que Jesús compartiría con Sus discípulos—, ellos estaban disputando acerca de “quién era mayor”, por lo que ninguno quiso asumir la función del siervo que lavaba los pies. Fue entonces cuando Jesús se quitó Su manto y lavó los pies de Sus discípulos con la toalla ceñida a la cintura.

El pastor David Jang explica: “Este hecho demuestra de manera contundente que Jesús no solo predicaba sobre el servicio, sino que lo practicaba”. El Señor mostró con hechos cómo se encarna Su enseñanza en la vida real, y esto constituye la esencia del discipulado que debemos meditar y seguir. Hoy día, muchos hablan sobre el amor, el servicio, la compasión y la entrega, pero no son pocos los casos en los que esas palabras no se llevan a la práctica. Sin embargo, Jesús actuó exactamente conforme a lo que enseñó y, aun cuando se acercaba el umbral de la muerte, se entregó sirviendo a los demás. Ese era el camino que conducía a la cruz y, al mismo tiempo, el camino del amor. El pastor David Jang insiste en que no solo en Cuaresma, sino a lo largo de toda nuestra vida cotidiana, debemos reflexionar y poner en práctica este camino de amor.

Así pues, el amor va siempre acompañado de sufrimiento. No es solo una emoción agradable ni un elemento romántico de película, sino el acto de sacrificarse y humillarse a uno mismo para exaltar al otro. Si Jesús hubiera reivindicado Su dignidad y Sus derechos, jamás habría tenido razón para lavar los pies de Sus discípulos. Pero voluntariamente se rebajó a la posición de un siervo. Como resultado, Sus discípulos, que hasta entonces habían oído Su enseñanza, pudieron ver con sus propios ojos lo que realmente significaba servir, y asimilaron el verdadero sentido del servicio. El pastor David Jang afirma que debemos aplicar este suceso de forma íntegra a la vida de la iglesia y de la comunidad de fe de nuestros días. En el ámbito eclesial, si surgen el orgullo, el deseo de ser atendidos o la búsqueda de reconocimiento a causa de cargos, funciones, edad, situación social o poder económico, no podremos nunca formar la comunidad que el Señor desea. No debemos reproducir la actitud de los discípulos que se preguntaban “quién de ellos era mayor”. Más bien, hemos de recordar y seguir la acción de Jesús para tener una comunión sincera donde “nos lavemos los pies los unos a los otros”.

Existe una expresión que dice que el amor no se ve afectado por las circunstancias. Es decir, no importa cómo reaccione el otro, aunque exista traición u ofensas, el amor verdadero asume la responsabilidad hasta el final. En Juan 13 vemos que Jesús, aun sabiendo que Judas Iscariote Lo traicionaría, también lavó sus pies. Esto, desde un punto de vista meramente humano, resulta inexplicable, pero Jesús así lo decidió. El pastor David Jang llama a esto la “paradoja del reino de Dios”. En el mundo, la venganza, el odio y la repetición de las ofensas parecen inevitables, pero en el reino de Dios fluyen la gracia, el perdón, el sacrificio y el amor. Por eso Jesús dijo: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Jn 13:13–14). El pastor David Jang señala que este mandato de “lavaos los pies los unos a los otros” es el núcleo de la vida práctica de la comunidad de fe y de los creyentes: “El discípulo debe lavar los pies del otro discípulo, los hermanos deben lavarse los pies mutuamente”. En ese servicio mutuo se manifiesta la gloria de Jesús.

Por supuesto, no es algo sencillo. El amor demanda de manera sorprendente grandes sacrificios. La paradoja de que “el que quiera hacerse grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, sea vuestro siervo” es difícil de aceptar por la naturaleza humana. Todos deseamos ser reconocidos, ocupar un lugar superior a otros. Pero Jesús declaró: “Entre vosotros no será así” (Mt 20:26). Esto significa que, si creemos y seguimos el Evangelio de Cristo, debemos pensar y obrar de acuerdo con la lógica de Dios y no con la lógica del mundo. El pastor David Jang lo llama “el fin de nuestra anterior escala de valores”. Es decir, la mentalidad del viejo hombre debe terminar por completo para que empiece la nueva mentalidad del hombre regenerado; solo entonces podremos convertirnos en verdaderos discípulos. En lugar de seguir lo que el mundo considera “honor y grandeza”, hemos de escoger lo que Dios estima valioso. Esa decisión, a la vez, es camino de sufrimiento y de bendición.

En la Última Cena, Jesús compartió con los discípulos el pan y el vino, diciendo: “Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí” (Lc 22:19). El pastor David Jang remarca que este hecho nos recuerda que el sacrificio de Jesús no se limita a un concepto teórico o una simple enseñanza moral, sino que es un evento muy concreto y real. El pan representa Su cuerpo y el vino, Su sangre. Simbolizan el acto real de entregar el cuerpo y derramar la sangre por la salvación de la humanidad. Sin embargo, aun en ese instante tan solemne, los discípulos se preocupaban por sus derechos y posición, discutiendo sobre quién sería mayor. Esto muestra que no habían comprendido cabalmente el sufrimiento y el sacrificio del Señor. Y aun así, Jesús no los abandonó, sino que los instruyó hasta el final y les devolvió su lugar. El pastor David Jang señala que, al ver cómo Jesús sostuvo a Sus discípulos hasta el final, nosotros, a pesar de nuestras debilidades e insuficiencias, podemos renacer en el amor de Dios.

En particular, el pastor David Jang hace hincapié en que la Iglesia tiene la responsabilidad de enseñar claramente acerca del sufrimiento. Todavía muchos creyentes lo interpretan solo como señal de que Dios los rechaza o los castiga. Pero los diversos pasajes de la Escritura ofrecen una perspectiva muy diferente. Tal como Jesús nos amó hasta el fin, también nosotros maduramos en la fe, aprendemos más profundamente el amor y caminamos el sendero de la imitación de Cristo precisamente a través del sufrimiento. En muchas de las epístolas de Pablo y en las exhortaciones de Pedro, se declara que el sufrimiento puede convertirse en motivo de gozo y que en medio de ese sufrimiento encontramos la esperanza verdadera. El pastor David Jang enseña: “Unirnos a Cristo en Su muerte y, con ello, participar también en el poder de Su resurrección es el fruto máximo de la fe”. Y en ese amor obtenemos la vida eterna.

Volviendo al capítulo 13 de Juan, vemos que justo cuando Jesús inicia el camino hacia la terrible cruz, lo primero que hace ante Sus discípulos es lavarles los pies. El Señor sabía que había llegado el momento de abandonar este mundo e ir al Padre. Sin embargo, preparó la Última Cena para Sus discípulos y les lavó los pies. Su propósito era demostrar de manera clara cómo un siervo se pone al servicio del otro. El pastor David Jang enfatiza que esta escena evidencia que en los momentos más urgentes de Su vida, Jesús no se concentró en Sí mismo, sino que, por amor, se dedicó a exhortar a Sus discípulos y a fortalecerlos espiritualmente. Y aconseja que también nosotros, cuando enfrentamos grandes pruebas o adversidades, en lugar de caer en la autocompasión o la queja, debemos pedir la fe y la determinación para mirar a quienes nos rodean y servirlos.

Además, vale la pena fijarse en las diversas reacciones de los discípulos ante el acto de Jesús de lavarles los pies. En particular, Pedro dijo: “Señor, ¿tú me lavas los pies a mí? ¡Jamás me lavarás los pies!”, pero cuando Jesús le respondió: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”, Pedro cambió de actitud de inmediato: “Señor, no solo mis pies, sino también las manos y la cabeza” (Jn 13:8–9). Allí Jesús agregó: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio”, enseñando que, aunque el discípulo ya esté limpio espiritualmente, aún necesita lavar a diario las impurezas que se van adhiriendo en la vida cotidiana. El pastor David Jang destaca que esto nos enseña la importancia de arrepentirnos y purificarnos cada día, incluso si ya hemos sido salvos al creer en Jesucristo. Y añade que este proceso de arrepentimiento y limpieza es más fructífero cuando se vive en una comunidad de fe donde nos servimos y amamos unos a otros.

Después de lavarles los pies, Jesús pregunta a Sus discípulos: “¿Sabéis lo que os he hecho?” (Jn 13:12). El pastor David Jang afirma que esa pregunta también va dirigida hoy a nosotros: “¿De verdad comprendes lo que Jesús ha hecho? ¿Entiendes Su servicio y Su amor, y el significado de la cruz?”. Es necesario saber y comprender para poder actuar y compartir. Por ello, el pastor David Jang advierte que, si la Iglesia descuida esta esencia y se centra exclusivamente en programas, organización o crecimiento numérico, no podremos decir que conocemos realmente “lo que hizo Jesús”. El lavamiento de pies no es un simple acto compasivo, sino un símbolo que define el discipulado y una muestra de la razón de ser de la Iglesia. Es, en concreto, el modelo que da base al “Nuevo Mandamiento” de Juan 13:34: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado”.

Asimismo, después de lavar los pies, Jesús dijo a los discípulos: “Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Jn 13:15). El pastor David Jang destaca que este tono es un mandato tajante. Jesús no lo presenta como una opción o una simple recomendación, sino como un requisito imprescindible para Sus discípulos. El amor no es teoría, sino práctica; el servicio no es una palabra, sino un acto. Así, la Iglesia debe lavar los pies de los demás y manifestar así el amor de Jesús al mundo, proclamando el Evangelio de Cristo. A fin de cuentas, el amor y el sufrimiento son inseparables: para servir a otro, yo debo sacrificarme; para exaltar a otro, yo debo humillarme; para cubrir los pecados y debilidades de otro, debo primero comprender y ser paciente. Ese proceso a menudo duele, es difícil y requiere una ruptura constante del ego. Pero ese es el camino que recorrió Jesús y que conduce a la cruz.

Al contemplar de manera integrada el sentido de la Última Cena y el episodio del lavamiento de pies, descubrimos con mayor claridad lo que es el amor. No se reduce a un mero gozo emocional o un gesto de cortesía: es un acto que exige entrega y sacrificio, e incluye la posibilidad de afrontar traiciones y malentendidos. Así como Jesús amó a los Suyos hasta el fin, nosotros necesitamos tener la fortaleza para amar a alguien hasta el fin. Por supuesto, esto es imposible con nuestro solo esfuerzo humano; necesitamos la ayuda del Espíritu Santo. Pero cuando decidimos recorrer ese camino, el Espíritu de Cristo obra en nosotros y nos capacita para perseverar. Cuando la Iglesia, como cuerpo de Cristo, brilla en el mundo siendo sal y luz, ello se hace realidad precisamente por la práctica de este amor.

El pastor David Jang advierte también que, si la Iglesia rehúye o teme el sufrimiento, no podrá alcanzar la madurez en el amor. El sufrimiento llega a poner a prueba cuánto amamos realmente y a la vez purifica ese amor. Cuando Jesús avanzó hacia la cruz, enfrentó la traición de Sus discípulos, la acusación de los líderes religiosos judíos, el escarnio y los azotes de los soldados, y el tormento atroz de la crucifixión. Todo ello fue el escenario que mostró de la forma más impactante lo que significa “amar hasta el fin”. Sin amor, Jesús no habría elegido la cruz; pero Su amor Lo impulsó a aceptarla voluntariamente para nuestra salvación. Y en esto se encuentra también el sentido de la vocación de la Iglesia y los creyentes en el mundo: si el mundo nos rechaza u odia, el amor de Jesús en nosotros nos da fuerzas para superar ese sufrimiento.

Hay que tener en cuenta, además, que la expresión “amar hasta el fin” no se limita a su sentido pasivo, sino que involucra una implicación activa. Jesús no se resignó a “no abandonar a Sus discípulos”, sino que dio un paso más allá cuidándolos y sustentándolos de manera incansable hasta el final. Después de la Última Cena, en el huerto de Getsemaní, mientras oraba, Jesús siguió velando por la debilidad de los discípulos, instándolos a “velar y orar, para que no entren en tentación”. El pastor David Jang ve en esto una muestra de ese “amor hasta el extremo”: pese a Su propia agonía y la inminente muerte en la cruz, el Señor seguía preocupado por la condición espiritual de Sus discípulos, deseando evitar que tropezaran. Este es el desenlace del amor. Cuando nos sentimos agotados, debemos recordar a ese Jesús que no dejó de amar, “aun con todo en contra”.

El pastor David Jang hace notar también que, justo después del lavamiento de pies, Jesús anunció: “Uno de vosotros me va a entregar” (Jn 13:21). Es decir, tras la escena más hermosa de amor, se revela la traición. Desde nuestra perspectiva, esto parece paradójico. Sin embargo, Jesús, aun sabiéndolo, no retiró Su amor. En el acto de lavar los pies también incluyó a Judas. El pastor David Jang indica: “Esto es la esencia del amor divino, que trasciende cualquier cálculo o sentimiento humano”. Si supiéramos con anticipación que alguien nos va a traicionar, lo normal sería que nos defendiéramos o, al menos, que no lo tratáramos bien. Sin embargo, Jesús no impidió la traición y siguió extendiendo Su gracia a Judas hasta el último momento. La consecuencia de la traición recayó finalmente sobre Judas, pero, desde la perspectiva de Jesús, el acceso a Su amor no estaba clausurado para él. Ese es el sentido concreto y, al mismo tiempo, doloroso de un amor que “ama hasta el fin”.

Puesto que el amor involucra sufrimiento, el pastor David Jang advierte que, si la Iglesia no enseña claramente acerca del sufrimiento, perderá también la esencia del amor. Si en la Iglesia solo se habla de prosperidad y éxito, alejándose de la senda de la cruz que mostró Jesús, se corre el riesgo de separarse de la enseñanza auténtica de Cristo. Sin cruz no hay resurrección, y sin sufrimiento no hay gloria de acuerdo con lo que enseñó el Señor. Por eso la Cuaresma debe ser un tiempo para profundizar en el sufrimiento de Cristo, meditar en el amor divino contenido en él y decidirnos a imitarlo. Y esa decisión no debería limitarse al tiempo de Cuaresma, sino continuar después de la Pascua como un propósito permanente de la Iglesia. El pastor David Jang recalca que la misión de la Iglesia es “revelar ese amor al mundo y anunciar el servicio y el sacrificio de Jesús a todos aquellos que atraviesan el sufrimiento”.

La frase de Juan 13:1—“como había amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin”—no solo inaugura la última fase del ministerio terrenal de Jesús, sino que se convierte en la clave para entender todo el proceso de Su pasión. Jesús cenó con Sus discípulos por última vez, les lavó los pies, les dio un mandamiento nuevo, fue apresado, padeció, murió y resucitó. Toda esta trama está penetrada por el amor. El pastor David Jang afirma: “Si uno no ama hasta el fin, ese amor no es verdadero amor”; insiste en que la esencia de la fe cristiana consiste en abrazar también el sufrimiento y, en medio de él, anhelar la gloria de la resurrección. En Juan 17, cuando Jesús ora, pide que Sus discípulos sean santificados en la verdad: “Santifícalos en tu verdad”. Incluso al enfrentar a quienes iban a arrestarlo, Jesús declaró “Yo soy” (Jn 18:5–8) sin resistirse, obedeciendo plenamente la voluntad de Dios y obrando por amor. Sabía que Sus discípulos se dispersarían y Lo traicionarían, pero deseaba restaurarlos después.

El pastor David Jang insiste en que, al reflexionar en esta Palabra hoy, debemos percatarnos de que estamos llamados a recorrer ese mismo camino. “Si me llamáis Maestro y Señor, y decís bien, porque lo soy, entonces también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros”. Si en la Iglesia alguien con un cargo elevado pretende ser servido, o se aferra al poder, al dinero y a la fama del mundo, no podrá madurar como verdadero discípulo. El ejemplo de servicio que Jesús mostró con Su vida entera es difícil de imitar, pero es la razón de ser de la Iglesia. El amor es la parte que nos corresponde asumir, y cuando cumplimos esa responsabilidad, la gloria del Señor se manifiesta. Mantener esto presente y reproducir el lavamiento de pies de Jesús en cada uno de nuestros ámbitos es, según el pastor David Jang, la misión de la Iglesia.

Cuando en Mateo 20 y Lucas 22 los discípulos discuten sobre quién es mayor, Jesús les recuerda que “los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; pero no así vosotros” (cf. Lc 22:25–26). Este mensaje se aplica de igual manera a la Iglesia hoy. Si Jesús mostró un auténtico liderazgo a través del servicio, corresponde a todos los líderes y creyentes adoptarlo. El pastor David Jang afirma que “el que quiera hacerse grande sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero sea vuestro siervo” es el criterio que sostiene el orden espiritual de la Iglesia. Cuando ese orden se establece adecuadamente, la Iglesia proyecta una luz completamente distinta a la del mundo: se convierte en un lugar donde cada uno busca humillarse en lugar de exaltarse, y ese tipo de comunidad permite a muchos experimentar de forma tangible que el Evangelio de Jesucristo es verdadero.

El mensaje que el pastor David Jang propone basado en Juan 13 es claro: Jesús amó a los Suyos hasta el fin, lo expresó de manera concreta y no eludió el sufrimiento. Más bien, afrontó ese sufrimiento por amor, y así concretó la salvación de la humanidad. Si somos llamados a ser discípulos de Cristo, nosotros también estamos invitados a seguir este camino de amor, servicio y sufrimiento, que finalmente se traduce en la gloria de la resurrección y el gozo genuino. Puede que, como aquellos discípulos, a menudo nos enredemos en disputas sobre “quién es mayor” y no comprendamos plenamente la enseñanza de Jesús; no obstante, lo esencial es que Él sigue amándonos hasta el fin y que, a través de Su Palabra y de Su Espíritu, nos instruye y nos guía. Nuestra parte consiste en obedecer Su amor y no dejar de lavarnos los pies unos a otros en la práctica diaria. Esa es la esencia de la Iglesia y el valor que hemos de cultivar sin cesar.

Tanto en la Cuaresma como en todos los días de nuestra vida, al recordar el sufrimiento y el amor de Jesucristo, y el servicio de “amar hasta el fin”, hemos de abandonar nuestras escalas de valores equivocadas y revestirnos de los valores del reino de Dios. Mientras el mundo exalta el poder, la riqueza y la fama, Jesús entregó Su vida para rescatarnos, vivió como un siervo y demostró la verdad de Su mensaje con la gloria de la resurrección. Por ello, cuando nos esforzamos por no exaltar nuestra propia valía y por servir a los demás con humildad, en realidad empezamos a mostrarnos como verdaderos discípulos de Jesús. El pastor David Jang enseña: “Lo primero que debemos recordar es que hemos sido lavados y purificados por el amor de Jesús”. Agradecer cada día esa gracia y extender ese mismo servicio a los demás es la respuesta natural. Entonces, en la Iglesia no habrá lugar para la disputa de “quién es mayor”, sino una hermosa comunión donde todos se honran y se animan mutuamente. Y a través de ese testimonio, el mundo descubrirá que Jesús es verdaderamente el Señor vivo.

La frase central de Juan 13, “los amó hasta el fin”, inicia el preludio del sufrimiento de Jesús y, junto a la escena del lavamiento de pies, exhibe “la expresión más profunda del amor”. Este relato, durante dos mil años de historia cristiana, se ha leído, enseñado y practicado una y otra vez. El pastor David Jang afirma que constituye la esencia del Evangelio y el motivo mismo de la existencia de la Iglesia. Si meditamos diariamente en esta escena, no solo en Cuaresma, seremos impulsados a imitar la manera en que Jesús sirvió y amó a los Suyos lavándoles los pies. Y esa pequeña cuota de sacrificio y sufrimiento compartidos puede transformar a la Iglesia en un cuerpo de Cristo que cumple su función, influyendo gradualmente sobre el mundo con la luz de Cristo. Del mismo modo que Jesús nos amó hasta el fin, también nosotros debemos amar sin desfallecer. Esta es nuestra vocación última como cristianos y constituye el poder admirable del Evangelio. Amar hasta el fin y servir con la actitud de un siervo es la obediencia genuina a la que estamos llamados quienes creemos en Jesucristo; y en ello experimentamos el anticipo de la gloria del reino de Dios. Finalmente, el pastor David Jang enseña que, si vivimos de esta forma, llegará el día en que, en el reino celestial, Jesús nos dirá: “Bien, buen siervo y fiel”, confirmando así la validez de este camino que hoy recorremos.

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